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Hubo un tiempo en que a las mujeres se las educaba para ser buenas esposas y madres. Todo lo que se suponía que debía ser una mujer de bien, estaba recogido en la «Guía de la buena esposa», manual de instrucciones y cabecera con el que maestras de dudosa moral y doble rasero adoctrinaban a sus pupilas desde su más tierna infancia; está claro que el hábito no hace al monje. Se les enseñaba a ver, oír y callar; a cerrar los ojos y abrir las piernas. A aquellas que osaban pensar distinto y desafiar los cánones establecidos se las consideraba unas descarriadas.
Si ellos conocían a más de una persona del sexo opuesto se les llamaba machos, a ellas putas.
Afortunadamente la educación ha cambiado, pero tristemente, los estereotipos permanecen.
Febrero 2018
Muchísimas gracias por rebloguear!! Es todo un honor :))
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Mi madre fue una de las primeras mujeres que solicitó separarse, siendo él el cara dura causante, y en su puerta, escrito rayando la pintura, apareció la palabra puta. Es el día de hoy que cuando veo a uno de los que habitan el piso donde vive el culpable me revuelven las tripas. Saludos.
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