Un hombre reconocido como honrado y sabio entró en una joyería y quedó prendado de una pieza de oro. La robó. El oficial que lo llevó preso le preguntó: “¿Por qué robó el oro delante de tanta gente?: “Cuando cogí el oro no vi a nadie. El fulgor del oro me cegó”. (Lie Dsi. S:VII aC). Esta adaptación de una fábula china me recordó que he conocido personas que eran honradas, trabajadoras, luchadoras, con un pasado de sacrificios por los demás, entregados a las causas nobles. Pero pasado mucho tiempo en contacto con los poseedores del oro, éste les cegó y renunciaron a su historia por un puñado de monedas. No es cuestión de aliviar las responsabilidades, pero el oro y sus poseedores tienen un poder de corrupción que no aparece en las denuncias. Hay corruptos, sí. Pero para ello son necesarios los corruptores. ¿Quién los castiga?, ¿Quién los señala?