A veces cuando oigo a políticos, religiosos y más, de aquí y de allá, hablando sobre la crisis; unos pidiendo mejoras de prestaciones, otros renunciando al liberalismo y exigiendo rebaja en las aportaciones fiscales.
Pienso que si alguna vez han sido pobres, si han sentido, no con empatía,
sino con simpatía, lo que es ser pobre, si se han levantado por la mañana y no saben qué comerán, cómo pagarán las deudas acumuladas, cómo dar un desayuno a sus hijos. Me critican que, a veces, acudo a referencias religiosas para apoyar la opción por los empobrecidos, pero me parece genial, para unos y otros, la exigencia del actual papa católico Francisco, que pide a sus responsables que para ser “buen pastor ” hay que oler a oveja.
En estos asuntos se entretuvo mi mente en las novelas, tan españolas, de la picaresca. Los personajes invisibles, no son los pícaros, sino la sociedad en la que se desarrollan, a base de postureo, declamaciones de derechos, florituras argumentales; incapaces de calzar los zapatos del otro, invisibles para una sociedad que no entra en el fondo de la pobreza, de sus causas y de los sufrimientos que soporta. ¿Es España “El diablo cojuelo”?, ¿sigue siendo “Rinconete y Cortadillo?, ¿El Buscón don Pablo o El Lazarillo de Tormes?
Españoles invisibles que no piden limosnas en la esquina, pero están en el mismo bloque, en la calle mas allá.