Me desagradó ver al comienzo del espectáculo que puso en escena Cristina Hoyos a un joven gitano con una camiseta llena de agujeros y boquetes, como signo de la marginación y pobreza de los gitanos. Aparecen en los bajos de un puente, con la furgoneta, la valla alambrada. Es una situación que viven aún muchos gitanos españoles y europeos, pero no me sentí identificado con esa camiseta rota. Esa etapa la hemos sobrepasado, pasando por mi cabeza “Las tres mil viviendas” de Sevilla, La Asunción, Santiago, la Plazuela. Posteriormente pensé que la directora del Ballet Flamenco de Andalucía, hacía una puesta en escena del llamado “arte póvere” italiano, con la aseveración de que de la pobreza, de la marginación, nace algo tan bello, dramático, e íntimo como es el flamenco. Me recordó al cuadro de Velázquez “El Niño de Vallecas”, y otros del mismo pintor, en donde rompe con la grandilocuencia de la Corte, y plasma con mucho respeto y sentimiento lo marginal.
Al final de Romancero Gitano, quedé satisfecho de la puesta en escena, con artificios teatrales que convierten el escenario en una representación mágica, más allá de cada una de las partes de la obra y que Miguel Ángel González nos ofreció en las páginas centrales de Diario de Jerez de forma espectacular.
Vengo observando, desde hace años, que la puesta en escena del flamenco es excesivamente conceptual y muy pobre. Vaya por delante que no quiero sustituir el contenido, el flamenco, por el continente: la puesta en escena. El baile, es suficiente con la expresión de la coreografía y unas pocas luces, pero hay que seguir creando ambiente escénico, porque se trata de un espectáculo, no es una reunión de cabales.
La Compañía de Antonio Márquez hizo una puesta en escena y coreografía muy interesante e impactante. La elegancia de la puesta en escena de “La vida breve”, con ese banquete de boda, de colores pasteles y cambiantes a la luz, fue suficiente para adentrarnos en el escenario. Era un cuadro de la Santa Cena de Leonardo.
Sin embargo sin necesitar de grandes artificios, solo bastó una luz cenital, los martinetes cantados por Luis Moneo en “A fuego lento” del jerezano Andrés Peña y la gaditana Pilar Ogalla, pueden llenar un escenario.
Creo que las facetas expresivas del baile, pueden ser suficientes para llenar un escenario, pero el baile por soleá de La Farruca, que me pareció sobrio y dramático en “Gitanas”, estaba acompañado por uno de los cuatro escenarios diferentes que creaban el ambiente de la soleá en un tablao. Se complementaron.
En la Peñas Los Cernícalos se montó un pequeño espectáculo flamenco llamado “El tabanco” en donde se bailaba, cantaba y tocaba, y por cierto muy bien por “Los Rubichis” y el escenario, pequeñito, lo montaba el regente de Tintorería Pina, en donde no faltaban ni los anuncios de la época en una radio de tiempos antiguos, ni la jaula con el jilguero.
El escenario del teatro Villamarta no es el cuarto de cabales, son cosas diferentes.